La ruta



jueves, 13 de marzo de 2008

De Vértiz a Maipú en un parpadeo

Las distancias se miden en nuestra mente, no en el camino.

Un día cualquiera salí de mi casa, tomé el metro, luego un autobús en dirección al sur, luego otro, muchos otros, y al final de 172 días y casi 23,000 kilómetros después, llegué a Buenos Aires, Argentina.
Un parpadeo y cualquier plazo llegará s u fin, sólo basta cerrar y abrir los ojos y ahí estamos.
Llegué a la Terminal de autobús por la mañana, todavía sin saber donde me alojaría ni qué dirección tomar, así que empecé a caminar sin rumbo, guiándome como casi siempre por lo que me llama / no me llama la atención, hasta que después de un rato me encontré caminando sobre la calle Maipú, y al igual que en otras ciudades argentinas me pregunté inconcientemente de dónde es que ese nombre me había llegado a la cabeza, pues nunca pasé por esa ciudad de la Pampa Argentina, tampoco había leído nada… Y fue en ese momento que me llegó, y recordé a Daniela caminando por Buenos Aires, y a Carlos diciendo Maipú setecientos algo y Daniela, que por más que camina y se le hace tarde no puede encontrar esa casa con el número equivocado. Y ahí estaba yo ahora, caminando por la calle Maipú, otra vez buscando esa casa que podía ser cualquiera que no tuviera el número setecientos algo pegado a la puerta. Al final no la encontré, una placa me encontró a mi en una coincidencia que me llenó de escalofrío, una placa de metal con la inscripción: “En esta casa vivió José Luís Borges, 1899-1986”.




Querida Daniela, era Maipú 994. Te regalo la foto y el momento.

martes, 19 de febrero de 2008

The Hospitality Club

A cuatro meses de haber salido de México, dos largas líneas marcan profundamente la ruta por Suramérica. La política, tan intensa y complicada como siempre lo ha sido, pero reveladora cuando se la vive de cerca, me abre un poco los ojos país tras país. Por otro lado, sin dificultad puedo afirmar que la segunda línea que ha marcado a este viaje, es la hospitalidad de su gente. Salvo raras excepciones como Costa Rica o Panamá donde la indiferencia de la gente se siente de inmediato, desde Guatemala hasta Perú la gente se desborda en ganas de ayudar y hacernos sentir bienvenidos.
Manuel y yo somos miembros de de dos comunidades de hospitalidad internacional en internet. CouchSurfing.com (CS) y HospitalityClub.org (HC). Haber sabido de ellas antes de iniciar el viaje, sin duda lo cambió por completo y definió todo un estilo de viajar. En ellas miles de personas de todo el mundo ofrecen hospedaje gratuito y la posibilidad inmediata de hacer grandes amigos por cualquier lugar que se vaya, partiendo de una base simple, la confianza mutua. Y al final, uno termina mucho más enriquecido que si sólo pasara por una ciudad y se quedara en un hotel. No hay mejor manera de conocer y compartir la cultura que convivir con gente local, probar su comida, mirar de cerca su vida. Aunque no siempre es ésta la única forma de conocer gente, en países como Guatemala y Honduras, prácticamente viajamos de aventón. En Nicaragua, apenas llegamos a la cuidad de León, cenábamos algo por la calle y dos excéntricos personajes se nos acercaron. Wester y Héctor, con mucha educación, pidieron veinte minutos de nuestro tiempo para tener una charla, intercambiar la visión del mundo (en sus palabras). Cuatro horas después seguía la plática en un bar. Con amabilidad y sin esperar nada a cambio ofrecieron su casa para dormir. Al día siguiente, un hombre por la calle se ofreció a darnos un tour sin ningún costo por las calles de su amada ciudad. Los leonenses se enorgullecen de ser la ciudad más hospitalaria de Nicaragua. Unos días después, en Managua, la capital, Barbara de Alemania, nos ofreció su casa para quedarnos unos días. Ella vive ahí desde hace unos meses trabajando para la embajada en la coordinación de los apoyos económicos que llegan desde Alemania.
Costa Rica fue un país duro de inicio para viajar, nos acercábamos a preguntar algo a alguien y simplemente nos ignoraba y seguía su camino. Una vez, desesperados, caminando con las mochilas a mitad de la noche en una carretera de tierra, prácticamente tuve que plantarme frente a un motociclista para que se detuviera y preguntarle en qué dirección debíamos caminar. Luego en San José todo mejoró, primero Esteban nos dio alojamiento, él es mitad de su tiempo bombero y mitad operador de callcenter. Para mi sorpresa, de entrada se presentó como militante de ultraderecha, y a veces esa es la mejor parte que las comunidades de hospitalidad presentan: convivir con quien piensa por completo diferente. Esteban fue muy amable, nos dio mucha información y pasamos sólo una noche en su casa por que tenía que salir. Después Paloma, otra tica, nos ofreció alojamiento en su casa, distinta por completo a Esteban, estudió antropología y se une a todas las causas de izquierda que se le presentan, desde salvar ballenas hasta ser una dura opositora al tratado de libre comercio con Estados Unidos que acababa de aprobarse en el país.
En Bocas del toro, Panamá, conocimos en un hotelito a Ingmar, un músico panameño que después de unos minutos de plática nos ofreció su casa en el pueblo de Penonomé para hacer escala de camino a Ciudad de Panamá. Viajamos todo el día con él y al llegar a su casa nos presentó a su hermano César, uno de esos personajes épicos del viaje, con innumerables anécdotas y frases célebres. Su perro Lucky canta y su gallo juega al futbol. A sus 27 años dice que cuando sea grande quiere estudiar para ser veterinario por que ama a su perro. Pero sus verdaderas pasiones son el Heavy Metal, la magia negra y coleccionar acetatos de Maná, pasiones que sustenta gracias a su fe cristiana. Nos recibió con la épica: ¡Ah! De México, hola chatos, ¿verdad que en México así se saludan?, lo aprendí en la tele. Tiene una extraña visión de la hospitalidad. Para no molestar, y ante la certidumbre de que no habían cuartos suficientes en su casa, ofrecimos quedarnos en un viejo sofá lleno de pelos de Lucky, pero el amablemente nos ofreció el suelo, porque “su sofá se gastaba”.
En Ciudad de Panamá fue imposible conseguir alojamiento sin tener que pagar, pero a cambio conocimos un montón de gente interesante por las calles. Una tarde, a la entrada de uno de los más tradicionales cafés de la ciudad, un hombre nos vio con la guitara y preguntó de dónde éramos. Se puso a tocar más canciones mexicanas de las que conocíamos, luego entramos y nos invitó un café, nos hicimos amigos de todos, platiqué horas con un borracho, luego con un griego de profesión gigoló. Manuel terminó tocando para una pareja de gringos, una gran tarde. Al día siguiente fuimos a la estación de policía turística a pedir un mapa. ¿De dónde son?, preguntó un oficial, ¡Ah! De México, toquen una ranchera. Después de un rato de cantar pedimos el mapa y a la salida un hombre nos hizo la plática. Un minuto después se ofreció a darnos un tour por el casco viejo de la ciudad. Osvaldo se llamaba, había viajado a México de joven para estudiar música y ahora tenía una “empresa cultural” y se dedicaba a buscar artistas. Después de un rato y una muy buena plática, nos despedimos de él en un parque y unos metros adelante ya estaba platicando con otros turistas. Días después conocimos a Tessy a través del HC. Periodista y maestra de la carrera de turismo. No podía ofrecer alojamiento, pero nos invitó un café y platicamos mucho y muy interesante a lo largo de la semana que pasamos atorados en Ciudad de Panamá en espera de un vuelo para cruzar la selva del Darién y entrar, por fin, a Suramérica.
Entrar a Colombia fue dar un gran suspiro de alivio, todo en la atmósfera que se respira entre su gente te dice bienvenido. Una sonrisa, una mirada, alguien nota que eres extranjero y te regresará la sonrisa. En Capurganá, nuestra primera parada en Colombia, apenas un pié fuera del bote desde Panamá y un hombre, algo borracho, se nos acercó y gritó: ¡Hey amigos!, sean bienvenidos, de corazón, a mi Colombia. La frase se siguió repitiendo por todos lados. En la ciudad de Barranquilla contactamos a Gustavo Bolaños, que como no tenía donde darnos alojamiento, nos llevó con su amigo Roberto Tapia, el Robert, donde conocimos a un montón de gente interesante, una de esas casas internacionales donde entra y sale gente de todos lados. Te sientas a la mesa y siempre habrá alguien con quien platicar. Españoles, uruguayos, franceses, colombianos, todos estudiantes de intercambio en la universidad. Pasamos días intensos en esa casa, Gustavo a veces pasaba por nosotros y nos invitaba a comer o a cenar, pero igual había que continuar el camino. En Bogotá nos dio alojamiento Claudia en una de las mejores zonas de la ciudad una casa elegante, su familia muy amable nos abrió las puertas de su casa, nos hicieron de cenar y nos instalaron varios días en el cuarto de visitas. En Cali llegamos a la casa del profesor de esperanto Rafael Mejía. Nos paseó por la ciudad, nos dimos un baño en su piscina, un juego de Parcacé en el baño turco y dormimos en la sala, todo muy raro. Luego en la ciudad de Pasto conocimos a Randolph, un joven colombiano que junto con su esposa nos hospedaron un par de días. Su familia, humilde, pero acogedora. Paseamos por toda la ciudad, convivimos con los artesanos de figuras de cartón que preparaban para su famoso carnaval. La hospitalidad colombiana no sólo se trató de la gente que nos dio hospedaje, la calidez de su gente es incomparable, mucho más allá de la mala imagen que tienen en el mundo, me atrevo a decir que son el pueblo más hospitalario y “Chévere” que he conocido. Con mucha pena nos disponíamos a irnos de Colombia cuando en la frontera, formados en la fila de migración, conocimos a otro colombiano que nos hizo la plática, sentía un gran cariño por México. Cuando llegó nuestro turno nos despedimos y 5 minutos más tarde, cuando estábamos por salir, apareció entre la gente y me pasó un billete de 20 dólares. Amigos, tomen, para su ruta. Nos dejó sin palabras, se dio la vuelta y se marchó.
En Venezuela Roberto Campos nos ofreció alojamiento en un lujoso apartamento de Caracas, apenas un minuto de conocerlo y nos dio las llaves de su casa, nos enseñó la habitación donde dormiríamos la cual tenía una increíble vista de la ciudad y nos dejó solos en su casa para que nos instaláramos. Pasamos unos días con él y luego conocimos a Alejandro y Diego, dos hermanos con los que también nos quedamos, tratando de dividir nuestra estancia en Caracas con varias personas y no abusar de la hospitalidad de Roberto. Con todos tuvimos largas pláticas sobre política en Venezuela y aprendimos cosas nuevas todos los días.
En Ecuador Diego y Lizeth nos recibieron en su casa a las afueras de Quito, él es biólogo y ha viajado por todo el mundo. Hicieron una fiesta de reunión de sus amigos biólogos y platicamos hasta las 5 de la mañana. Luego en Porto Viejo me encontré con mi vieja amiga Delphine, una francesa que vivió en México unos años y ahora vive acá dando clases de francés. Juntos viajamos por todo Ecuador y pasamos Navidad y Año nuevo juntos. Luego su amigo ecuatoriano Miguel, que tiene una casa de surf en la playa, me dio hospedaje por en una hamaca por varios días. Vida de surf, gente interesante e increíble naturaleza, días muy relajados sin nada más que hacer que mirar al mar. También en Ecuador, Yun, de Japón y amigo de Miguel nos dejó quedarnos unos días, a Delphine y a mí, en su casa en la playa de Canoa al norte del país. Ecuador fue una gran sorpresa, es tan poco lo que se escucha en México de él, su gente, a pesar del breve resentimiento hacia los mexicanos, es cálida, inteligente y muy amable. Su comida, inmejorable, comí más pescado que en toda mi vida.
Al final, por fin llegamos a Perú, Manuel y yo nos separamos unos días antes para encontrarnos de nuevo en Lima, ciudad en la que más tiempo hemos permanecido hasta ahora. Cuando llegué a Lima lo primero que hice fue contactar a Pedro Serruto, un amigo de un amigo de Delphine, mi amiga en Ecuador. Ella me presentó a su amigo por casualidad y platicamos cinco minutos, el dijo que conocía a un peruano y como yo iba para allá, me ofreció escribirle para pedirle que me hospedara. Una gran coincidencia, Pedro fue genial, de inmediato pasó por mí y me invitó unos tragos, bebimos Pisco Sour hasta tarde. El es militar retirado, ha viajado mucho y tiene grandes experiencias, viajó a Irak y prestó servicio para las fuerzas especiales. Es un gran pensador, tuve largas pláticas con él y lo considero un gran amigo y maestro, me ayudó de incontables maneras. En algún tiempo trabajó como ilegal en Estados Unidos y sabe lo que es estar en una ciudad sin amigos, lejos de su casa. Pasé luego unos días en casa de su mamá y hasta con un sobrino salimos de fiesta.
Mientras tanto, Manuel, que había llegado dos semanas antes, se había encontrado con una amiga de la vecina de una amiga de su mamá, quien le ofreció alojamiento. Elba Chipaco resultó ser una gran personalidad, premio Nóbel de la paz 1982 junto con sus compañeros de un proyecto de rescate de refugiados para la ONU, y un día, así de la nada, nos ofreció un departamento para vivir un tiempo en caso de que nos quedáramos a trabar ahí. En lo que nos decidíamos, Manuel y yo nos mudamos al estudio de Alejandro, un pintor peruano que nos dejó ocupar su estudio por unos días. Una de esas casas viejas y elegantes, toda para nosotros y a una calle del parque Miraflores, centro de la vida cultural de Lima. Días intensos pasamos por ahí, a veces sin un sol en el bolsillo, pero conociendo gente nueva e interesante todos los días. Una de ellas fue Ivette, periodista y columnista del periódico Perú 21, nos invitó un día un café y después salimos con ella en varias ocasiones, nos presentó nuevos amigos e hicimos contactos. Otra noche yo recibí una invitación por Internet al cumpleaños de una chica del CouchSurfing, Mayte Sanchez. Sin tener idea de cómo llegar, qué tan lejos sería o cómo regresaríamos (nos acabamos las últimas monedas en la combi para llegar a su casa), igual decidimos ir, resultó ser lejísimos, pero al final platicamos toda la noche con un montón de gente y uno de ellos nos trajo de regreso cuando la fiesta se terminaba. Siempre así, sin un plan, sin preocuparnos de más. Después de una semana el estudio de Alejandro, nos mudamos con Hugo Ascoy, un estudiante de Geografía que vive con su hermana Teresa, Techi. Mientras estuvimos ahí, ella y su amigo Joel Principe, ambos pintores, se dedicaron a pintar en la casa un par de murales que les habían encargado. También días increíbles, fiesta con ellos todos las noches seguidas de largas pláticas, nos hicimos de buenos amigos y una vida bohemia por todo Lima, a veces sin un centavo, siempre salía algo bueno por la calle. A Manuel, la penúltima tarde en Lima, mientras tocaba la guitarra en el parque, una señora se le acercó y le regaló 20 dólares, así, sólo por que le cayó bien. 20 dólares que le llegaron en el mejor momento posible, el último, justo antes de irnos. Para la última noche en Lima ya nos habíamos despedido de Hugo y su hermana y no teníamos dónde dormir. Fui en búsqueda de Pedro, que desde el principio nos había ofrecido una camioneta para dormir en caso de que algún día nos encontráramos desesperados. Decidimos tomar su oferta y de paso despedirnos de él. Fue una noche alucinante, como se suponía que nade podía dormir en el estacionamiento de su edificio, lleno de apartamentos de militares, nos pidió que fuéramos discretos, en pocas palabras, que nadie nos viera, así que tuvimos que pasar la noche “jugando” al inmigrante ilegal, escondidos en la parte trasera de la camioneta y especulando qué pasaría si uno de sus amigos militares encontraba a dos desconocidos ocultos en la camioneta del vecino. A la mañana siguiente su esposa Zelma nos preparó el desayuno, nos dimos un baño, nos regaló unas bufandas y nos despedimos con mucho cariño de esta gran ciudad que tanto nos dio.
Sin dinero para el autobús, tomamos una combi hasta las afueras de la ciudad y nos fuimos a parar a la carretera a hacer dedo durante horas, nadie se detenía. Cuando estábamos todos insolados, cansados y apunto de desistir, un auto que estaba parado junto a nosotros avanzó y nos preguntó para dónde íbamos. El empresario chileno Jorge Torres por fin nos llevó, platicamos todo el camino, incluso hizo una parada para invitarnos helados. Llegamos hasta Pisco, y luego una combi a Ica, donde Werther y su esposa Vivi nos dieron alojamiento, otra vez, una adorable pareja nos trataba increíble y nos ofrecía su casa por completo abierta. Días después y con mucho trabajo, llegamos a Cuzco, la turística ciudad cercana a Machupichu. Aquí nos quedamos de ver con Erick y su madre en la plaza central, llegamos con todo y mochilas, dando por hecho que nos quedaríamos con ellos. Después de unos minutos de plática en el frío, la señora nos dijo que para que las cosas fueran claras, nos cobraría una simbólica cantidad de 10 soles por darnos alojamiento, lo mismo que pagábamos de hotel a una calle de la plaza. Algo confundidos y ya atorados en la incómoda situación, tuvimos que aceptar. Simbólicamente también nos llevaron a su agencia de turismo donde daban tours por la ciudad e intentaron vender lo que se pudiera. Todo era una trampa, gente que utiliza CouchSurfing para promocionar su hotel, o agencia. Cuando regresamos de Machupichu, simbólicamente les dimos las gracias y nos marchamos para no regresar con ellos.
Salvo la última experiencia, llevo 5 meses por completo sorprendido, es tanta la gente nos ha ayudado de incontables y desinteresadas maneras y no encuentro como agradecer tanto bien, salvo nombrar hasta donde más puedo a todos aquellos en ésta crónica y por supuesto saber que tanto bien sólo se paga con profundo agradecimiento y haciendo más bien.

Gracias.

sábado, 19 de enero de 2008

Algunas de las célebres frases de Cloé





- Tengo casi no mucha hambre.

- Estoy un poco casi muerta de hambre.

- Casi no conozco mucho de ese tema.

jueves, 17 de enero de 2008

Un ciento veinticincoavo de segundo


El 23 de diciembre de 2003, a pesar del frío y el peligro, la casualidad impulsó a cuatro amigos para decidirse a ir a nadar al mar muerto en Israel. En la carretera, paralela a la costa, a alguno se le ocurrió sugerir que bajáramos ahí, lejos de todo y caminar hasta la playa. Unos minutos después, Yoshiko, de Japón, se adelantó unos metros, sacó su cámara, apuntó hacia nosotros y presionó suavemente el disparador.
En ese instante el obturador se abrió y al mismo tiempo un espejo dentro de la cámara se levantó para reflejar invertida la imagen de nosotros caminando durante un ciento veinticincoavo de segundo. Intervalo de tiempo en el que microscópicos fragmentos de Haluro de plata impregnados en una película reaccionaron y maravillosas explosiones químicas de los elementos grabaron en su interior la luz reflejada por cada centímetro cuadrado de la escena en que nos encontrábamos David, de Austria, Rashid, de Marruecos y yo, de México.
El obturador se cerró para detener el paso de la luz atrapando ese tiempo para siempre en una fotografía y cuatro años después, el 30 de diciembre de 2007, otra maravillosa casualidad del destino hizo que me encontrara con David en Vilcabamba, un pequeñísimo pueblo en las montañas, al sur de Ecuador y me regalara, impresos en una hoja de papel, estos ciento veinticincoavos de segundo, grabados en la mente con un proceso químico distinto y almacenados en algún lugar recóndito, del cual saltaron para fusionarse con estos nuevos y hacerme dar cuenta que las casualidades no existen.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Venezuela en tiempos del SI o el NO


Entramos a Venezuela desde Colombia. En la frontera, con tensión aun por el altercado entre Uribe y Chávez por la negociación de rehenes de las FARC, nos retienen más de lo que pareciera normal. Manuel y yo habíamos acordado previamente una historia para los oficiales en la frontera en caso de que las preguntas se pusieran difíciles; no éramos ni periodista ni fotógrafo, mucho menos nos interesaba la política, tan sólo un par de turistas, aunque al final nada pasó. Un retraso burocrático, el sello y estábamos en la República Bolivariana de Venezuela. La amenazante dictadura nos recibía con la indiferencia de cualquier otro país del mundo.
De Camino a Maracaibo, a penas unos metros después de la frontera, el primer retén, un oficial subió, preguntó cuántos eran los ilegales, la madrona en acuerdo con el chofer, se paró y ofreció cuatro cedulas falsas por cada uno de los ilegales junto con un billete, discutieron un poco, puso otro billete en su mano y seguimos. A los cinco minutos otro retén y la misma historia, a Manuel y a mi, nada, revisar el pasaporte, colectar su cuota de acuerdo con el número de ilegales y listo. Seis retenes en total, la más descarada corrupción. Sin duda algo muy malo le falla a Chávez. No se puede manejar una dictadura así, sin el control absoluto de todo lo que pasa, entra y sale de su país. Conforme nos fuimos acercando a Maracaibo, la campaña electoral por el plebiscito a la reforma constitucional se fue haciendo más y más evidente. Con dos voces únicas y contundentes atrapadas en un diálogo bisilábico idiota a manera de discusión entre el gordo y el flaco, o el chavo y la chilindrina, SI, NO, SI, NO, SI, NOO, SIII, ¡Que SI!, ¡Que NOO! Sin argumentos, sin posturas intermedias ni matices, o para ponerlo en palabras de Chávez: estás con él, o estás en su contra. Los extremos sin duda se tocan, ese es justo el mismo discurso que el de Bush.
El referendo de reforma constitucional propuesto por Chávez abarca amplias y profundas modificaciones que instituirían el socialismo bolivariano, creado por él, como nueva forma de gobierno. Y aunque el librito de la nueva constitución es uno de los más vendidos de todos los tiempos en Venezuela, que además se regala por todas partes y todos lo discuten, el principal argumento de ambas posturas es la falta de argumentos, al final, casi nadie leyó la nueva constitución.
Después de Maracaibo pasamos unos días en Coro, un pueblito colonial a mitad de un desierto que no hubiera imaginado nunca por estas latitudes. Coro es un lugar lleno de gente amable, calles tranquilas y a unos pasos del Caribe venezolano, con playas similares a las de la isla de Araba, a unos kilómetros de ahí.
A Caracas llegamos una mañana, tres días antes del referendo, el día del cierre de campaña a favor del NO. Roberto Campos, amablemente nos recibió en su casa, un departamento con una gran vista sobre la ciudad en el barrio de Chacaito, desde ahí apenas nos instalábamos cuando vimos a la gente reuniéndose por las calles. Se preparaban para la gran marcha en contra de la reforma. Miles de personas poco a poco fueron llenando las calles de la ciudad al grito de NO, ASÍ NO. Bajamos enseguida y nos integramos a la marcha. Las situaciones más raras, el mundo de cabeza, estudiantes, maestros, intelectuales, todo tipo de gente que se esperaría ver en las filas de la izquierda, aquí van luchando por su libertad, por sus derechos, y por supuesto, por su derecha. Platico con algunos, me cuentan historias de terror sobre Chávez y su socialismo. Que con la reforma podrían perder hasta la patria potestad de sus hijos, la propiedad privada desaparecería, que Chávez sólo quiere perpetuarse en el poder, que la jornada laboral se reduciría a 6 horas pero las restantes tendrían que ser regaladas al gobierno a través de trabajo comunitario, historias que hablaban hasta de la relación de Chávez con la santería cubana, ritos sangrientos en la casa presidencial, y brujos aconsejándolo sobre el futuro de Venezuela. Ese día la Avenida Bolívar se llenó a reventar de un NO inmenso, impenetrable, un monstruo de cien mil cabezas y una vos de una sola sílaba.
Llegamos a la casa tarde, cansados, prendimos la tele. El canal oficial mostraba una Avenida Bolívar semivacía, en descarada manipulación habían grabado imágenes antes de la marcha y las transmitieron durante todo el día una y otra vez.



A la mañana siguiente nos fuimos a la marcha por el SI. La otra mitad del país estaba ahí, familias enteras, las clases populares, la burocracia completa vino en camiones de todas partes para apoyar a Chávez, 3 horas de espera, la gente seguía llegando, entre codazos y empujones me acerqué al frente, 2 horas más, todos enardecidos por ver a Chávez hasta que por fin llegó avanzando lentamente en un camión entre la multitud, todos gritando, una estrella de rock, las madres le dan a sus bebes para que los cargue, los bese, se acercan a tocarlo. Sin discurso preparado, se para ahí, al frente de doscientas o trescientas mil personas, mira a todos un instante, sonríe, habla de la bella tarde, de sus recuerdos de infancia. Es un gran orador, cuenta historias, hace reír a la gente, se enoja, despotrica un rato contra Bush y sus enemigos imperialistas. Dos horas de discurso y no se puede dejar de escucharlo. Para cerrar, una frase que permanece en el aire. Si quieren que me quede 7 años más, me quedo, ustedes dicen, si quieren que me quede 50 años, me quedo 50, hasta que ustedes digan yo seguiré aquí. Todos gritan enloquecidos y lo apoyan incondicionalmente, beben cerveza, es una fiesta.
Llegué a Venezuela con la intensión de mirarla sin prejuicios, de observar y esperar hasta el último momento antes de hacerme una opinión, es difícil. Por todos lados hay un bombardeo indiscriminado de mentiras y manipulaciones disfrazadas de argumentos. Al final, descubrí lo de siempre, que los blancos y negros están hechos de grises y las apariencias engañan en la distancia. En una campaña política, por suerte para quien va de paso, los actores mismos son sus peores enemigos y en su desesperación revelan sus peores intenciones, escuché a la derecha y me quedó claro que Chávez no era tan malo como decían, luego escuché a la izquierda y entendí que tampoco eran tan buenos como ellos mismos creían. Al final Chávez resultó no ser el sucio personaje que nos cuentan las noticias en México, ni perverso ni loco, tan sólo un político al que los pobres quieren, que se esfuerza, a veces con ingenuidad, en ser distinto, en decir lo que piensa. Los cambios se miran por todo el país y los poderosos de siempre, por supuesto lo combaten como mejor saben, con el desprestigio de las verdades a medias y las mentiras enteras. Cambios en el país que hacían falta desde siempre, un presidente que no apoyara incondicionalmente a esos círculos de poder y en cambio repartiera sus privilegios, medidas sin duda polémicas, el delgado equilibrio de la justicia que todos claman y que cada quien trata de llevar a su lado.
El gran problema de Chávez y su socialismo bolivariano, no está en sus intenciones ni principios, sino en el problema de siempre para la izquierda en el poder, su política es reaccionaria, estás con el o en su contra, la televisión oficial responde, sin justificación alguna, a las mentiras de la derecha con más mentiras y manipulaciones, y la autocrítica se toma a cualquier nivel como traición a la revolución.
El domingo 2 de diciembre se dio una larguísima jornada electoral, todos fueron a votar y regresaron a sus casas a mirar si su destino cambiaría con la opción que eligieron, pasaron las horas, la tensión aumentó, la derecha salió celebrando por televisión, pero nada se decía del resultado, se empezaba a murmurar la posibilidad del fraude. Casi a las dos de la mañana, cuando todos estaban por estallar de impaciencia, la directora del instituto electoral salió por fin para declarar que el NO había ganado, la gente en la ciudad gritaba por las ventanas, nadie lo podía creer, la derecha ganó. A los pocos minutos salió Chávez, desconcertado, por fin trajo la calma a todos, no pasa nada, perdimos, pero así es esto, seguiremos luchando, hoy el pueblo de Venezuela nos dio una gran lección.
La lección también fue, sin duda, para nosotros, disfrutamos mucho Venezuela, su gente, sus ciudades, aprendimos sin parar e hicimos muchos amigos, amigos por el SI y por el NO.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

El tapón

La carretera Panamericana recorre un camino desde Alaska hasta la patagonia a lo largo de 25,750 kilómetros de carretera, interrumpidos tan sólo en un lugar, una zona de 87 kilómetros de selva al sur de Panamá, conocidos como el Tapón de Darién.
Desde que me enteré de su existencia no dejé de preguntarme cómo debería ser una zona en el mundo que no permitiera construir una carretera que la atravesara. En los últimos días tuve la oportunidad de dar un vistazo a una zona así.
Calificada por muchos como uno de los lugares más peligrosos del mundo, con una mezcla de guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares y militares tratando, todos, de obtener el control, además de los serios riesgos que una selva de este tipo conlleva, desde el dengue hasta los animales salvajes, presenta otros muchos retos y obstáculos que la hacen un verdadero tapón de comunicación entre Centroamérica y Sudamérica. Los políticos llevan mucho tiempo hablando de construir esa carretera, aunque la verdad más probable sea que no quieren, ni les interesa hacerla. Se dice que su construcción abriría el paso a la inmigración y enfermedades del sur como la fiebre amarilla, además de abrir un paso al narcotráfico colombiano. Se dice, también, que pondría en riesgo a las comunidades indígenas que ahí viven, apartadas de todo contacto con nuestra cultura, y a la selva en sí, que permanece libre de la mano del hombre.
Dadas las condiciones y bajo la advertencia de todos a quien preguntamos, no faltó, incluso el que con una sonrisa condescendiente nos miró diciendo: No es posible cruzar por ahí; optamos por buscar otras rutas, y ya que un avión directo a Cartagena se salía por completo de nuestro presupuesto, fuimos, ingenuamente a la ciudad portuaria de Colón a buscar un barco que nos llevara. Mala idea. Llegamos de noche y no caminamos ni 30 metros lejos del autobús cuando un policía nos miró desde el otro lado de la calle y vino enseguida a hacernos alto. Preguntó a dónde íbamos y enseguida dijo que no pasaríamos ni de la esquina, le pidió una escopeta a su compañero, en medio de la gente, cortó cartucho y dijo: yo los llevo a un hotel, es muy peligroso. Debió pensar que éramos estúpidos o algo así, que no sabíamos nada, pues no nos dejó hasta que encontramos un cuarto donde meternos y pidió no salir de noche. El pasaría por la mañana para ir al muelle. Pensamos en salir a comprar algo de comida, pero los barrotes segueteados de las ventanas no nos dieron gran confianza para dejar las cosas.
La ciudad de Colón, al otro lado del canal de Panamá, es el atolladero de desperdicios que el país oculta tras sus rascacielos e imágenes para el turista (qué bonito eufemismo para no decir que Colón, que se debería llamar colon y no Colón, es el verdadero hoyo de mierda que es). La peor de las pobrezas en el mundo es la miseria que se vive en ciudades como esta. Por la mañana fuimos a preguntar al muelle. Una lluvia gris imparable, nos empapó enseguida. Cientos de personas hacinadas en edificios en ruinas nos miraban pasar con mala cara. Calles desiertas, basura y ruinas por todas partes, ni un solo blanco por la calle, sólo negros. Es imposible ir caminando a ninguna parte, apenas lo intentábamos, alguien se acercaba y decía: no vayan por ahí, no vayan por allá, ¿cómo llegaron aquí?, tomen un taxi, aunque sean dos calles, les van a quitar todo.
Y en el muelle, nada, a ningún capitán le interesa llevar un par de extranjeros con él. Alguien dijo, tienen que esperar aquí dos días, nos fuimos de ahí de inmediato.
De vuelta en Ciudad de Panamá, aunque ya con la tranquilidad de la ciudad, los problemas con el tapón continuaron. Fuimos al aeropuerto a preguntar por un vuelo barato que encontramos por Internet, pero resulta que una nueva ley del gobierno colombiano dice que todo extranjero tiene que comprobar su salida del país con un boleto de avión. Imposible para nosotros pagar dos boletos y tirar uno a la basura. Después fuimos a preguntar por un paquete para turistas que incluía un viaje en velero por varias islas hasta Cartagena. $300 dólares. Seguimos buscando y los días pasaron. Al final la opción más viable y económica pareció ser un vuelo local en una avioneta que cruzara la selva y nos dejara en el pueblo fronterizo de Puerto Obaldía. Hasta ahí llegamos después de esperar un asiento por casi una semana. El lugar es increíble, un pueblito a la orilla del caribe, sin carreteras, con una pista de aterrizaje de tierra, completamente rodeado de selva y con no mas de 40 o 50 habitantes que viven aquí de una sola actividad. Impedir que los pocos turistas que pasan por aquí, lleguen al otro lado y así dejen un poco de dinero. Unos argentinos nos contaron historias de terror de este pueblito, llevaban una semana atorados ahí, extrayéndoles el dinero como los mosquitos la sangre. Todo son trabas, nada funciona, no importa cuanto preguntes, todos intentarán confundirte. En la aduana Panameña (una casa común y corriente) se negaron a darnos un sello de salida porque no teníamos un boleto de salida de Colombia. Dijeron que si queríamos que nos regresáramos a Panamá (imposible por supuesto) o que si nos subíamos a una lancha e íbamos a Colombia era nuestra responsabilidad. Pero ¿qué podemos hacer?, preguntábamos por quinta ocasión, consigan un boleto. Pero ¿cómo lo conseguimos?, no lo sé, no puedo ayudarlos. ¿Y qué podemos hacer? No lo sé, ustedes díganme. Pues no lo sabemos, USTED diganos. No lo sé, ustedes digan... y seguía y seguía. Nos subimos a una de esas lanchas, en teoría la última del día y nos fuimos sin saber que pasaría rumbo a Colombia. En el siguiente pueblito, Capurganá, ya del lado colombiano, fuimos en búsqueda de la casa del cónsul a ver que podíamos arreglar. La misma historia, sin boleto de salida, no entran, ¿pero si ya estamos adentro?, lo siento, si no tienen boleto, se tienen que regresar a Panamá... Horas con la misma discusión hasta que a fuerza de nuestra insistencia o aburrición, la cónsul colombiana dijo: Esta bien, pueden pasar, pero como no tienen sello de salida de Panamá, no les puedo dar el mío hasta que lo consigan. Tuvimos que regresar del lado panameño a Puerto Obaldía (y por supuesto pagar las respectivas lanchas) conseguir el sello, que, claro no nos darían sin el sello de salida de Colombia. Un círculo vicioso horrible. Al final los cónsules hablaron por radio, se escribieron cartas, y lo conseguimos. Regresamos a Colombia, conseguimos mi sello número cuarenta, me tomé una foto muy contento y a la mañana salimos de ahí rumbo a Turbo, la primera ciudad de Colombia.
El viaje en lancha a Turbo fue increíble, 15 personas y sus pertenencias metidas en una pequeña lancha impulsada por dos motores a toda velocidad a través de mar abierto y bajo una tormenta. La primera hora fue sorprendente, con el mar embravecido a veces muy por encima de la lancha, a veces golpeando duro contra nosotros. Nos agarramos duro de lo que pudimos y pasamos dos horas de tensión hasta que la tormenta pasó. Cuando llegamos, el tapón por fin se empezaba a abrir para nosotros, estábamos cansados, tensos, pero contentos de casi lograrlo. Comimos y nos subimos a una camioneta todo terreno, que nos llevó durante cuatro horas a través de la peor terracería hasta la ciudad de Montería, por fin lo habíamos logrado. Nos desempolvamos, nos dimos un baño y salimos a caminar por la ciudad, por fin nos sentíamos en Colombia.

lunes, 19 de noviembre de 2007

40 sellos en mi pasaporte

No demuestra nada, tan sólo un número como los miles que se aparecen en nuestras vidas. Es sólo que éste significa algo grande para mí, los países por los que he pasado en este mundo. Y de todos los sellos posibles, Colombia marca mi selló número 40, uno de los más difíciles de conseguir hasta ahora.





America
Canada, Estados Unidos, Mexico, Belize, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panama, Colombia

África
Egipto

Europa
Austria, Belgica, Bulgaria, Republic Checa, Francia, Alemania, Grecia, Hungria, Italia, Monaco, Holanda, Rumania, Serbia y Montenegro, Slovakia, España, Suiza, Reino Unido, Ciudad del Vaticano

Medio oriente
Israel, Jordania, Autoridad Palestina, Turquía

Asia
China, India, Japón, Laos, Nepal, Tailandia

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Cada día cruzamos fronteras sin saber

Cada día, cada instante, fronteras que cruzamos para no volver y fronteras de las que volveremos llenos de tanto nosaber. Qué dicha aquella la del instante de descubrir el saber en el no saber. Cinco fronteras nos dicen nada o muy poco más allá de lo que ya sabemos: Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. ¿Qué paradigmas guardamos con tanta facilidad sobre Centroamérica? Llenos de naturaleza, de color, pobres, peligrosos, violentos. Recuerdo la historia para explicar la palabra paradigma de un profesor en la universidad: Un hombre maneja relajadamente por una carretera cuando desde la próxima curva se aproxima un coche y, al pasar junto a el, le gritan: ¡Cerdo! El hombre reacciona con violencia mientras maldice por el retrovisor. Al llegar a la siguiente curva el hombre choca de frente con un enorme cerdo parado a la mitad de la carretera. Nuestras ideas preconcebidas a veces nos ciegan el camino y tarde o temprano nos golpean directo en la frente, a veces, por fortuna, llegaremos a la siguiente curva con no más que paradigmas rotos en lugar de huesos.

En Guatemala, a casi ocho años de mi última visita, pude apenas ver como no pasa nada por aquí, las carreteras, los buses, la pobreza de la gente, todo igual, tal vez algunos McDonalds nuevos, muchas plazas comerciales. Aquellas voces que la marcan como la economía de mayor crecimiento en Centroamérica, con seguridad se referirán a los primeros de siempre en la fila de las reparticiones económicas. Los que no se ven detrás de sus bardas, seguidos de los amantes de la comida rápida, la vida rápida, sin saber qué pasa, y al final los otros… los que siempre esperan, y no es que los indios tengan mucha paciencia, como se vio en Chiapas, lo que pasa es que la poca que tienen dura mucho.
A unos días de su próxima elección presidencial los guatemaltecos se debatían con apatía entre el conservador religioso (el se dice socialdemócrata) Álvaro Colom y el ultra conservador General Otto Pérez Molina que ofrece una atemorizante mano dura. Según las últimas noticias, los guatemaltecos (y la sucia mercadotecnia) se decidieron por Colom para dirigir el país.


Cruzamos la frontera de La mesilla hasta huehuetenango, luego una parada de varios días por Xela, la segunda ciudad más grande de Guatemala. Despues a Sololá, Panajachel, San Pedro, Antigua, Ciudad de Guatemala, Sacapa, Chiquimula hasta la frontera de El florido para entrar a Honduras.

En Honduras nuestra primera parada fue Copán para visitar la última de las ciudades mayas en el camino hacia el sur. Apenas entrar al país me sirvió para recordar qué tan olvidada tenía yo la belleza de las hondureñas. Es una lástima y una gran sorpresa que el famoso efecto "soy mexicano", tan efectivo en otras partes del mundo, aquí sea tan negativo. Es duro descubrir que nuestro país no es bien recibido por aquí, por las mismas razones por las que nosotros muchas veces nos quejamos de los estadunidenses. Los mexicanos tratamos igual o peor a los inmigrantes centroamericanos que los Estados Unidos. A su paso por México los hondureños y muchos otros, son victimas de robo, discriminación, violencia y todas esas cosas por las que tan orgullosamente protestan nuestros políticos mirando al norte, mientras ocultan la mano sucia que niega al sur. Con respeto y comprensión, trato de hacer entender a cada persona con la que me cruzo en alguna plática, que cada uno somos embajadores de nuestro propio país y lo llevamos a cuestas en nuestras acciones; así cada cosa que haga o diga sentará una base de compresión entre dos pueblos expuestos a sus propias ideas preconcebidas. Por que no es posible poner a todas las personas de un país dentro de una categoría (como lo hacemos a veces con los estadunidenses), y que si yo me encontrara a uno de ellos pasando por mi país, lo trataría como a mi me gustaría que me trataran.
Fueron días relajados en Honduras, de pueblito en pueblito, llenos de gente amable y viajando de aventón. Ha sido interesante viajar sin una guía, a veces nos metemos en las situaciones más inesperadas y complicadas. A través del cristal de una farmacia en el pueblito de Gracias, vimos un mapa en el que existía una carretera (marcada con una tenue línea punteada) para llegar a la capital desde ahí. Y a pesar de que más a delante nos recomendaron ir por otro lado, hicimos caso omiso y para salvar tiempo la tomamos. Increíbles paisajes mientras cruzamos las montañas, hasta que literalmente descubrimos la línea punteada de la carretera que a veces existía como un camino de tierra y otras simplemente desaparecía. A mitad de camino, rebotando en la parte trasera de una pickup, una granizada impresionante se desató, en segundos estábamos empapados, cascadas de lodo brotaban a ambos lados de la carretera. Para cuando llegamos al siguiente pueblito, La Esperanza, estábamos entumidos de tanto frío, mojados y sin nada seco que ponernos, pero por lo menos yo, con la intensa sensación de sentirme viajero, de saber nada podía detenerme en ese momento. Encontramos un hotelito con agua caliente y pasamos la tarde metidos entre las cobijas.

El cruce de la frontera con Nicaragua, fue inesperado y violento. Apenas bajamos del autobús fuimos rodeados por decenas de personas ofreciendo llevarnos, cambiar dinero, ayudarnos con la maleta. La pobreza extrema que siempre golpea duro en la cara, sobretodo la de los niños, que no dejan de pedir comida. Una pareja de australianos que pasaba en su camioneta nos dio aventón, aunque con las pésimas condiciones de la carretera, entre bache y bache, avanzamos muy despacio, mientras decenas de niños salían de sus casas a pedirnos comida. Se nos hizo de noche, casi se termina la gasolina, de milagro encontramos una gasolinera justo cuando la camioneta se apagaba, por fin llegamos a la ciudad de León, uno de los lugares con la gente más hospitalaria que he conocido. Mientras cenábamos algo por la calle, una pareja de amables leonenses nos preguntó por la nacionalidad y nos pidieron permiso para acompañarnos en la plática. Manuel sacó la guitarra, dos horas después seguíamos platicando en un bar, ofrecieron su casa. Dos personajazos para la lista de este viaje.

Nicaragua es uno de esos lugares que sufren el paradigma de la violencia y la guerra, y al igual que me pasó en Servia, descubrí aquí algunas de las personas más amigables, hospitalarias, maduras y autocríticas que he conocido. Al parecer la lección de la guerra fue implacable con esta generación de nicaragüenses.
En la ciudad de Managua, nos dio hospedaje Bárbara, una alemana que vive y trabaja ahí. Y en Granada, una de las ciudades más bonitas que he visto en todo este viaje, conocimos en la calle a un trío de adolescentes que nos dieron una verdadera lección de madurez, inteligencia y claridad. Los conocimos mientras Manuel tocaba la guitarra en un parque, se acercaron y pidieron permiso para sentarse a platicar. Uno de 15, otro de 16, y otro de 18 años. Hablamos de muchas cosas, política, historia, su vida. Y mientras los escuchaba asombrado, no podía quitarme de la cabeza a todos esos adolescentes, o peor aún, universitarios que no tienen idea de nada, sin interés por aprender o saber que pasa, metidos en la tele, los videojuegos, el celular. Esa idea que me ha rondado la cabeza por mucho tiempo y que aquí tomó claridad: Valorar las oportunidades es una de las cosas más difíciles en este mundo, caso tanto como el disfrutar. Requieren de tanta ausencia de si mismas, sólo en la medida de la carencia, del dolor, podemos aprender a valorar, a disfrutar. Un concepto circular que encierra profundas paradojas. La carencia busca a la satisfacción hasta llegar a las profundidades del hartazgo, y el hartazgo se libera de sí mismo buscando privación y carencia. Gotas de aceite subiendo y bajando dentro de una lámpara de lava. Parece ser que aprender de ambos extremos sigue siendo la única manera de conservar el equilibrio.
Los jóvenes de países o zonas desarrolladas, no sólo gozan de un exceso de oportunidades, sino que se dan el lujo de desaprovecharlas, con lo que pierden doblemente. Mientras que los que carecen de ellas aprovechan cada una que se presenta, los papeles poco a poco se invierten a través de generaciones en un ciclo sin final.
A aquellos chicos ni la tele, ni los políticos están engañándolos, la miran, los escuchan, pero en sus palabras: a nosotros no nos están viendo la cara. Tienen 15 años, trabajan, van a la escuela, no cambian la pandilla por nada.

De la hermosa ciudad de Granda, una de mis favoritas hasta ahora, cruzamos a Costa Rica por la frontera de Peñas Blancas, y por la noche llegamos a Liberia sin saber que hacer, si pasar la noche ahí o movernos lo más que pudiéramos al siguiente pueblo. Tomamos la salida fácil, preguntarle al azar, que tampoco toma decisiones, sólo apunta irresponsablemente en una u otra dirección. Nos quedamos ahí. A penas nos acostumbrábamos a shock de pagar 16,000 colones por una noche de hotel, empezamos a descubrir que por acá se toman muy en serio el espíritu ecologista. Se podría decir que la ecología es, a falta de grupos étnicos autóctonos o a una huella colonial de importancia, la parte más importante de su cultura. Los ticos tomaron esta bandera del cuidado y uso sustentable de sus recursos y lo llevaron a todos los niveles. La propaganda política y la publicidad no utilizan plástico en las calles, todos separan su basura y reciclan, en los autobuses un hombre vende pipas (cocos) ecológicos, para no usar botellas de plástico y luchar contra el calentamiento global. El ecoturismo es una fuerte industria, fincas, bosques, senderos, playas, ríos, por todos lados ecoturismo, aunque en algunos casos con un toque de ecodisneyland.
Para nuestra primera mañana en Costa Rica fuimos en búsqueda de una playa que un amigo me recomendó, nos subimos a un autobús y viajamos todo el día por un camino de terracería hasta el pueblo de Nosara. Llegamos acabados, el bus paró y nos dejó a mitad de la noche sobre un camino desierto. Preguntamos al chofer y nos dijo al bajar, caminen para allá. 5 minutos más tarde apareció una casa, preguntamos de nuevo y con rudeza nos contestaron, cuatro kilómetros hacia allá. Sin más opción comenzamos a caminar en medio de la oscuridad con las mochilas. El camino enlodado por completo, la selva imponente resonando a los lados. Caminamos como una hora, nada. Al poco rato una intersección, el camino se dividía y ni rastro de la famosa playa. Nos paramos a descansar y a esperar que alguien pasara. Una moto nos ignoró, luego un auto y otro y otro. Al fin otra moto pasó y casi me paré frente a ella para que parara. Dijo que en la playa sólo hoteles de gran lujo, nada para alguien que llega caminando a las 8 de la noche. Que en el pueblo tal vez, a dos kilómetros de ahí. Horrible situación. Completamente desmoralizados, enojados, cansados, sin nadie a quien reclamar, emprendimos la caminata de nuevo por el camino de lodo. Al final encontramos alojamiento barato en el piso superior del bar de un gringo, cenamos roles de canela rellenos de atún (lo único a la mano) y nos fuimos a la cama para levantarnos al amanecer, ir a conocer la playa y salir de ahí cuanto antes.
Los ticos son gente extraña, les preguntas algo y en el mejor de los casos, te ignoran, son groseros, parcos. Se extraña tanto la hospitalidad nicaragüense. Aunque la segunda parte del recorrido por el país mejoró mucho. San José, la capital, es una gran ciudad, con un centro amplio y bien cuidado, una calle peatonal llena de hermosas mujeres y edificios históricos. Además de cafés, museos y un montón de actividades culturales. Nos hospedamos en casa de Esteban y luego de Paloma, dos ticos muy distintos entres sí y muy amables. Él, bombero y ultraderechista (en sus palabras) y ella estudiante de antropología y francés, activista política y ecológica. Salvemos a las ballenas, a los delfines, a las tortugas, a los árboles, salvar todo, hasta lo imposible, salvar al mundo. Aprendimos mucho, descansamos, la pasamos muy bien. Para reconciliarnos con la playa nos dirigimos a Puerto Viejo, una playa de viajeros con cierto aire jamaiquino, muchos negros, reggae, bares y una gran playa sin olas para pasar el día entero.


A Panamá entramos por la frontera de Guabito y enseguida nos fuimos a Bocas del toro, una pequeña isla en la costa del caribe con estilo afrancesado, casas altas y coloridas, música en las calles, un aire de Nueva Orleáns, aunque algo turística y muy cara. Dormimos en una hamaca por tres dólares y a la mañana estábamos por salir cuando conocimos a Ingmar, un músico panameño que también iba de salida rumbo a su casa en Penonomé, nos invitó a ir con el y ofreció alojamiento, no lo pensamos dos veces y pasamos todo el día en autobuses para llegar hasta su casa casi a la media noche. Dormimos en el suelo, pero al fin gratis. De camino a Penonomé rebasé el punto más al sur del que jamás había estado en cualquier otra parte del mundo, cerca de los 9.10 grados latitud norte (Ko-pan yang, Tailandia). A partir de aquí cada nuevo paso en dirección al sur, será una nueva frontera cruzada.
El 6 de noviembre llegamos a ciudad de Panamá, tras poco más de cinco mil kilómetros de recorrido, encontramos una ciudad increíble, de enormes contrastes, el NewYork de Centroamérica, grandes centros financieros, casinos, hoteles, el canal y a unas calles, pobreza a niveles de Haití o Nicaragua, con los negros matándose entre sí, olvidados y ocultados por completo. Al parecer todo culpa de ese canal que todo les da y los hace inútiles para cualquier cosa que no sea comercio o servicios. Nada se produce en el país, sólo se comercia y se recibe dinero en esa inmensa máquina para colectar dinero que es el canal. Una lección parecida a la del petróleo y las remesas en México tendrán que aprender los panameños, no se puede crecer sin generar algo. Lo contaré en otra entrega, por ahora estamos atorados intentando encontrar la manera de cruzar a Colombia, la frontera inexistente, la selva del Darién, el lugar donde la carretera Panamericana se termina y reinicia kilómetros más allá, del lado colombiano. En palabras de todos, un lugar extremadamente peligroso, lleno de traficantes, militares, paramilitares, guerrilleros y el dengue impidiendo todo paso.


martes, 23 de octubre de 2007

Aguafuertes de Guatemala

I

Dos horas caminando con la mochila. Preguntar a un peatón, nada. Seguir caminando. Nadie tiene idea de dónde habrá un hotelito barato en su propia ciudad, para qué necesitarían saberlo. Puestos ambulantes, paredes, coches, casas, gente, todo gris. No hay cielo, tan sólo una nube gris. No tarda en llover. Es difícil quitarse de los ojos los verdes del lago Atitlán y entrar a la Ciudad de Guatemala, tanta ciudad para tan poco espacio. Preguntamos a una mujer que vende playeras en una esquina en qué dirección caminar, sólo eso. –Uy nooo, derecho, por el palacio, es muuy caro; ¿para abajo?, no muuuy peligroso, no vayan por ahí; pero sé de uno en esta otra dirección, ahí no se ha sabido que hayan matado a nadie. ¿Verdad que no han matado a nadie por allá?-, le pregunta a su hijo.
Se llama Hotel PASATIEMPO, con seguridad emparentado con el pasagüero, o el pasadoor, el pasaperro, o el pasalacartera. Cincuenta Quetzales la habitación, –¿para toda la noche?–, con una cama es más barato, –¿para los dos?–. Levanta una ceja, ¿no debería estar acostumbrado a esto ya?. Sospechoso olor a sexo. A las once en punto se apagan las luces y el timbre, nadie puede permanecer fuera de su habitación; a las nueve de la mañana en punto pasan tocando cada puerta. –Toc, toc, toc, ¡hora de salida!, toc, toc, toc, ¡hora de salida!–. Quiero dormir diez minutos más, –¡hora de salida!–, que si podemos dejar encargadas las maletas, –¡hora de salida!–. Un hombre de respuesta monotemática, por lo menos no han matado a nadie ahí.


II

A la mañana Guate sigue gris, llueve un poco, las personas avanzan sin ganas de llegar a ningún lado. La tediosa capa de bruma de la ciudad opaca los colores del resto del país, los indígenas van con el indio bien guardado debajo de la ropa, serios por la calle, se guardan también la sonrisa. En la plaza un hombre da clases de sexualidad con una vieja monografía y órganos genitales de plástico. La ciudad no conoce el silencio, gritos, claxons, reggaetón, lo ahogan todo. La taquería La perrada ofrece auténticos tacos mexicanos de dudosa procedencia, mientras que por aquí es difícil encontrar comida tan buena y barata como en los pequeños pueblos: chuchitos, puposas, tamalitos de chipilín, chocobananos, nada. Morimos por regresar a los pequeños pueblos.


III

Desde México buscaba un libro de Henrry Miller para este viaje y cada que encuentro una librería voy y pregunto. De paso por una librería cristiana, la única que encontramos en Guate, me dicen que no lo conocen, que intente en la librería de la 10 calle. Una vez ahí me animo cuando la señorita detrás del mostrador dice que sí… pero que está en la sucursal de la zona 10, muy lejos. Ante la decepción, me pongo a buscar y termino comprando El año de la muerte de Ricardo Reis, de Saramago. Por la tarde, sin mucho dinero para hacer algo mejor, nos subimos a un autobús al azar y hacemos un recorrido turístico de a Quetzal. Media hora más tarde nos bajamos, caminamos un poco, la lluvia comienza de nuevo. Nos empapamos, dejamos pasar dos autobuses y al tercero, sin más alternativas, brincamos dentro para no mojarnos más. Sin idea de la dirección, tomamos asiento y nos ponemos a mirar la ciudad pasar por la ventana hasta el anochecer. En cuanto deja de llover tocamos el timbre y bajamos a dar una vuelta por algún lugar desconocido. Perdidos por completo y a falta de algo mejor, entramos a una plaza comercial. Encontramos una librería, preguntamos por un mapa de Suramérica, el cual esperamos sea nuestra única guia de viaje (a la fecha nuestra única guia es la brújula apuntanto al sur y algunas recomentaciones de la gente). No tienen, nos mandan a otra librería en el segundo piso, tampoco tienen, nos mandan a otra en el tercer piso de nombre Artemis, tampoco aquí tienen mapas. Nos ponemos a mirar libros, busco autores en la letra M. En ese momento una curiosidad cosquillea mi mano que sostiene un papel dentro del bolsillo del pantalón. Lo saco y miro la factura de los libros de la mañana: Librería Artemis. Otra mirada de regreso al librero y ahí está: Plexus de Henry Miller.
¿Qué probabilidades había de tomar una ruta completamente al azar y llegar precisamente ahí?, ni intentándolo hubiese salido mejor. Tomé el libro y lo llevé al mostrador para decirle a la señorita que sólo había venido a buscar ese libro y decirle que ya no me interesaba, que ya tenía otro. Me miró desconcertada. Salimos sin comprar nada, muertos de risa. Una hora más tarde llegamos al Pasatiempo sin problema, preguntando un poco, mojados, muy contentos.

Estamos en Honduras, buenas historias bienen pronto.

Saludos.

martes, 9 de octubre de 2007

Agua café

Se dice que las cascadas de Agua azul, en Chiapas, pierden su color justo después de la temporada de lluvias, cuando el agua revuelta las torna cafés. Nada más lejos de la verdad, cuando es de pocos sabido, que el café es su verdadero color y que de manera, no está de más decirlo, bastante sospechosa, el fin de la temporada de lluvias coincide también con el inicio de la temporada baja de turismo. Por que inaceptable, claro está, sería ofrecer al respetado turismo nacional e internacional esta maravilla natural en un color que no fuera el más turquesa de los verdes.
Mucho se especula del avanzado proceso químico que se necesita para cambiar el color de tan extraordinaria cantidad de agua, algunos incluso sospechan de la prospera industria estadunidense, que podría abrir aquí una sucursal de alguno de sus famosos parques temáticos.
Cierto es, que quieres se han atrevido a ir más allá, cuentan que han descubierto cerca del fin de las cascadas, enormes obras de infraestructura hidráulica capaces de reciclar y bombear el agua hasta la cima de la montaña. Obras similares a las de una planta hidroeléctrica, pero en sentido inverso, es decir que consumen grandes cantidades de electricidad en lugar de generarla.
Todo esto, a todas luces inverosímil a los ojos de un escéptico, no sería creíble de no ser por la existencia de una segunda cascada, oculta entre las profundidades de la selva y que da alimento a una verdadera planta hidroeléctrica capaz de generar la energía necesaria para la primera cascada, aunque esta sí, de un hermoso verde turquesa, pero sin las comodidades y servicios de la primera (baños, regaderas, cabañas, puestos de comida típica mexicana, auténticos hotdogs, auténticas hamburguesas, auténticos burritos y una práctica cerca de seguridad a lo largo del cause del río), sin duda, en ese afán de negocio de construir un problema para cada solución, los accionistas se notan cada día más contentos de los jugosos réditos de la atractiva industria sin chimeneas.

sábado, 6 de octubre de 2007

Oaxaca vive una de esas situaciones de posguerra donde un “nada será igual” recorre en silencio por sus calles y la gente, cómplice de un pasado que no quiere recordar, guarda ese silencio. Poco a poco se reintegra a su vida normal, las heridas pulsan y se dejan atrás con el paso de los días, mas no se olvidan, como sus paredes, que insistentemente claman: “Oaxaca no está en paz”. No importan los millones de pesos gastados en capa tras capa de pintura que sustentan el ilegitimo “Aquí no pasa nada” del gobierno. De las pintas de “¡Ulises ya cayó!” sólo quedan los flaqueados anuncios de “¡libertad a los presos políticos!”

El turismo poco a poco regresa a la ciudad, algunos completamente ingenuos a la situación y otros, en su mayoría europeos, en busca de aquel “turismo revolucionario” que iniciara en México el sub Marcos y su guerrila pop. Al final, los datos no mienten, 4 mil 70 millones de pesos en perdidas para la industria y decenas de negocios en banca rota. La ciudad podrá recobrarse en lo básico –calles recién pintadas, tranquilidad para el turista y la población–, pero la estabilidad social sin duda está rota, y la guerrilla encontró argumentos para dejar de lado las vías legales, una vez más.


Interesantes días por Oaxaca, sin duda marcaron un buen inicio para el viaje. Fuimos a Etla, a Monte Albán, entrevistamos a Toledo, platicamos con la gente, caminamos mucho.

Gracias a Jesús Rito por la ayuda, el hospedaje y, sobretodo, por ser capaz de transformar hasta el más duro piso en hospitalidad.



viernes, 14 de septiembre de 2007

Aqui inicia el viaje

Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.

Lao-tsé



Me marcho con el derretir de las horas sobre mis hombros, me dejo caer, no me detengo, y cuando algo comienza a salir bien, sé que no se detendrá más y me seguirá por todas partes.

Es tan simple que nadie lo mira, porque la belleza está por todos lados y nos sigue cuando la perseguimos. Si tan sólo escucháramos, tal vez nos daríamos cuenta de lo que nos perdemos, nos perdemos la vida.

Basta de creer que la realidad es una película a la que se puede volver atrás y de nuevo. Lo que prevalece son los fragmentos que dejamos en medio, olvidados por la compresión del ojo y la memoria, dando sentido al resto y conectándolo todo. Inteligente es aquel que actúa inteligente, no el que piensa, habla, recuerda o escribe inteligente. No más palabras puras, no más emociones. Mente con corazón y viceversa no bastan, la claridad está en aquel paso primogénito que dio impulso a todos los demás e hizo al hombre, hombre. Sólo en ese paso se entiende y siente todo. Deberíamos siempre dar ese primer paso, de nuevo y de nuevo.

Suramérica fue para mí un territorio enigmático desde hace mucho tiempo cuando descubrí aquella obsesión global por mirar al norte y negar el sur, cuando aprendí que para las brújulas, más allá del ecuador, su norte era el sur. Casi con la misma fascinación que Mafalda al descubrir en su globo terráqueo, que en la Argentina se vivía de cabeza. Mi mejor aproximación al sur del continente ha sido siempre a través de la literatura, y aún así, estoy seguro de que mi visión es por completo equivocada. Muero de ganas de saber cómo se vive, qué se come, qué se piensa del resto del mundo por aquí. Abrir los ojos, romper paradigmas.

Un viaje por el que aguardé mucho tiempo, que pospuse siempre como el más intenso de todos, hasta estar preparado por completo, donde la barrera del idioma no sería un problema y encontraría ese terreno lleno de dificultades y afinidades culturales. 30,000 km por tierra hasta la Patagonia y de regreso, en un lapso de seis meses a un año, más de 15 países y un presupuesto de miedo.

Por ahora no hay ni ruta preparada, ni destino fijo. El camino es el destino y si sueño suficiente, llegaré hasta donde quiera.